Una de las obras más fascinantes de la poesía mexicana actual es, sin duda, la de Mario Bojórquez. Desde sus primeros poemas, la poética de Bojórquez se erigió canto de altísima liricidad. No es un poeta de ideas o reflexiones, sino de emociones que permean nuestras fibras más íntimas, y nos sobrecogen. También de emociones que piensan y reflexionan sobre aquellos vicios que nos destruyen: “todos tenemos una partícula de odio…”. Bojórquez es el poeta del fuego arrasador. Exacto su oído en el sentido del ritmo (es, de su generación, quien más ha tenido conciencia de su importancia), su poesía es alabanza de la mujer y labranza del amor, y como todo poeta de barro no es ajeno a las tribulaciones de la muerte, del olvido y, por supuesto, del tiempo: “yo soy el próximo tren, el que aún no llega: Soy el tren del futuro, ningún tiempo me alcanza”. También para Bojórquez el lenguaje es una patria total a la vez ajena y familiar, por eso cada uno de sus versos es una hazaña de los sentidos y un vértigo para los afectos. Su poesía es el lugar de los estremecimientos. (Rogelio Guedea)